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Agencia TSS – Con 15 voluntarios y sin presupuesto específico asignado, un grupo de investigadores, profesionales y productores puso en marcha un programa de mejoramiento colectivo en el que los productores se convierten en guardianes de las semillas. El proyecto, liderado por la Cátedra de Genética de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA), busca recuperar más de 150 variedades de tomate que dejaron de cultivarse en el país tras la consolidación de la denominada “revolución verde”, luego de la década del setenta.
“Una de las ideas que desarrollamos, junto con la de recuperar el sabor del tomate, es que la manera de garantizar la multiplicación de las semillas es ponerlas en manos de los productores, con la condición de que devuelvan el doble de semillas que recibieron”, explicó a TSS Gustavo Schrauf, profesor asociado a cargo de la Cátedra de Genética de la FAUBA, y explicó que, en general, con las semillas que se obtienen en un único tomate cosechado es suficiente para obtener la cantidad necesaria. “Si damos 10, el año que viene tendremos 20, luego 40, después 80 y así. De esa manera, se garantiza que el material genético sobrevivirá porque no va a depender de nosotros, sino de muchos que lo van a cultivar”, agregó el especialista y advirtió que buscan enfrentar uno de los problemas que detectaron en los bancos de germoplasma: la concentración de esfuerzos en un único lugar que muchas veces no tiene los recursos suficientes para multiplicar el material genético como debería.
“Se cree que el banco de germoplasma tiene que cuidar el material genético y cuidar se asocia a que el material es propio y no de la sociedad. Por eso es importante que pueda seguir siendo multiplicado por todos, por productores y también por agricultores urbanos”, destacó Schrauf, que hace algunos años comenzó a trabajar en programas de mejoramiento colectivo otorgándole un rol central a los productores (como es el caso de ciertos cultivos de maíz, en Santiago del Estero). En este caso, además de contar con la participación de profesionales de otras disciplinas como Comunicación Social, Sociología y Antropología, “también participan personas de escuelas que tienen huertas, pequeños productores, un chef y una bibliotecaria de la Villa 31, que se interesaron en el proyecto y lo han enriquecido”, ejemplifica.
Liderado por Fernando Carrari, también de la Cátedra de Genética de la FAUBA, este programa que algunos denominan de “rescate del tomate criollo” comenzó a fines de 2018 cuando terminaron de llegar las semillas al país. En total, están ensayando con 164 materiales genéticos, de los cuales 120 provienen de bancos de germoplasma del exterior (60 de Estados Unidos y otros tantos de Europa), y los de la primera cosecha –que no incluye todas las variedades puesto que algunas hasta son silvestres y no comestibles– podrán ser degustados este fin de semana en la “Feria del productor al consumidor” que se realiza todos los meses en la FAUBA.
“Elegimos el tomate porque es el desprestigio de los mejoradores: producto del mejoramiento, el tomate actual es peor que el de hace 50 años. El mejoramiento descuidó al tomate porque tomó en cuenta cuestiones que daban respuesta a una demanda comercial pero subestimó el sabor y hoy la gente dice que antes el tomate tenía gusto y por culpa del mejoramiento lo perdió”, explicó Schrauf, y advirtió que las semillas disponibles actualmente son híbridas, costosas y que, en algunos casos, hasta se vende un plantín en el que se injertó el tomate en un pie de especies silvestres, también híbrido, para que tolere diversas enfermedades.
Propiedad colectiva
Este programa de recuperación de tomates ha sido pensado como una iniciativa a largo plazo, que contempla la posibilidad de generar un banco de germoplasma propio en la misma FAUBA, y están en conversaciones con otros bancos de germoplasma en distintas regiones del país para ampliar también su conservación y registro. Además, cuentan con la colaboración de especialistas en horticultura, del laboratorio de análisis sensorial y de un grupo de Chascomús que mide la eficiencia de fotosíntesis y se ofreció a colaborar para medir esas características fisiológicas en la colección.
“Darle difusión fue muy bueno porque hizo madurar mejor el proyecto”, destacó Schrauf, y agregó: “El primer paso era que no se perdieran esos materiales y que se mantuvieran en la Argentina. El salto hacia adelante es que los productores sean también multiplicadores, además de que continuamente habrá pruebas en las que tal vez muchos de esos materiales no toleren un traslado de Buenos Aires a Córdoba, por ejemplo, pero sí de una huerta a la cocina, manteniendo ese gusto que se perdió. Entonces, aquel que tenga su propia huerta seguramente lo va a multiplicar y va a ser la garantía de que esos materiales persistan”.
Así, esperan que estas variedades de tomate se multipliquen en distintas zonas del país y también poder hacer un seguimiento de ellas y cómo se adaptan a cada lugar. Para ello implementarán un sistema de semillas abiertas denominado Home, que incluye tres herramientas: un conjunto de licencias de código abierto (que implica que la semilla puede ser usada libremente con la única condición de que no sea apropiada ni patentada), una red de productores que se comunican entre sí y una plataforma virtual (desarrollada por la cooperativa de software Gcoop, también con herramientas de software libre y con licencia pública) para registrar y hacer un seguimiento del material genético.
“Lo más importante hoy es que el mejorador, en este caso la Cátedra de Genética de FAUBA, y los productores que utilizan esta plataforma, empiecen a intercambiar información sobre cómo se desempeña la semilla en distintos tipos de ambientes”, le dijo a TSS Anabel Marín, directora de Bioleft, y sostuvo que actualmente están buscando distintas fuentes de financiamiento para continuar con este proyecto, que fue uno de los ocho elegidos para participar recientemente en el programa MediaLab Prado, en la ciudad de Madrid, en España, y que actualmente están trabajando en la elaboración de dos nuevas iniciativas en conjunto con instituciones de ese país y de México.
“Vamos a aprovechar esa plataforma para monitorear qué resultados dieron las semillas que entregamos, qué dificultades hubo, qué enfermedades aparecieron y si las atacó algún insecto. De ese modo, cada decisión va a estar enriquecida con los datos de cada uno de los productores y creo que un mejoramiento así es imparable”, afirmó Schrauf. Y concluyó: “Cuando hay un germoplasma que es muy importante, es un riesgo enorme que la responsabilidad de su multiplicación quede en manos de un solo grupo o institución. Si quiero que se multiplique, qué mejor que un productor, que a su vez le gusta el material, sea el guardián de las semillas”.