Cada año, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés) publica el informe “Estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo” (SOFI), donde da cuenta de la evolución de indicadores sobre la prevalencia del hambre. La versión 2019 salió recientemente, y trae datos preocupantes: después de una década de disminución del hambre y la desnutrición, desde 2015 estos indicadores están nuevamente en aumento. Hoy, más de 820 millones de personas en el mundo padecen hambre, casi un 11% de la población, y 2000 millones sufren inseguridad alimentaria severa o moderada. En este escenario; el Objetivo de Desarrollo Sustentable número 2, Hambre cero, se vuelve muy difícil de cumplir para 2030.
Según consigna el informe, también en América latina el hambre está en aumento, aunque por debajo de las cifras globales; en 2019 fue por debajo del 7%. La tasa de prevalencia de la inseguridad alimentaria es ligeramente mayor entre las mujeres que entre los hombres; y también afecta más a las personas de menor edad. Uno de cada siete recién nacidos, es decir 20,5 millones de niños de todo el mundo, nació con bajo peso en 2015 (últimos datos); no se han registrado progresos en la reducción del bajo peso al nacer desde 2012.
FAO atribuye este crecimiento a varios factores, particularmente la inestabilidad económica; también, el cambio climático. “La población mundial ha aumentado constantemente y en la actualidad la mayoría vive en zonas urbanas. La tecnología ha evolucionado a un ritmo vertiginoso, en tanto que la economía ha pasado a estar cada vez más interconectada y globalizada. No obstante, muchos países no han experimentado un crecimiento económico sostenido como parte de esta nueva economía. La economía mundial en su conjunto no está creciendo tanto como se esperaba. Los conflictos y la inestabilidad han crecido y se han hecho más inextricables, desencadenando un mayor desplazamiento de población. El cambio climático y la creciente variabilidad del clima y sus fenómenos extremos están afectando a la productividad agrícola, a la producción de alimentos y a los recursos naturales, con repercusiones en los sistemas alimentarios y los medios de vida rurales, entre las que cabe citar una disminución del número de agricultores. Todo ello ha conducido a cambios importantes en la forma de producir, distribuir y consumir los alimentos en todo el mundo, y a nuevos desafíos para la seguridad alimentaria, la nutrición y la salud”, asegura el informe.
FAO destaca la dependencia de estos indicadores de la economía global y el mercado de los commodities. “El hambre ha estado creciendo en muchos países en los que el crecimiento económico está disminuyendo. Resulta sorprendente que la mayoría de estos países no sea de ingresos bajos, sino medianos, y que sean países dependientes en gran medida del comercio internacional de productos básicos primarios (…) De los 65 países donde han sido más intensas las repercusiones adversas de las desaceleraciones y debilitamientos de la economía en la seguridad alimentaria y la nutrición, 52 dependen en gran medida de las exportaciones o importaciones de productos básicos primarios.”
En este escenario, las restricciones de la propiedad intelectual sobre las semillas y la materia viva generan concentración en los mercados, y actúan así como un obstáculo para la investigación y el desarrollo y registro de nuevas variedades, la biodiversidad, la accesibilidad de los alimentos nutritivos y, en última instancia, la correcta nutrición. Es necesario modificar el sistema global de producción de alimentos para volver a reducir el hambre.