El martes 28 de enero viajamos a Pergamino para realizar un taller de co-diseño de variables de observación de maíz para el mejoramiento colaborativo junto a un equipo de mejoradores y productores de lujo. Entre los mejoradores estaba Daniel Presello, de INTA Pergamino, y Gustavo Schrauf y Pablo Rush, de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires. Entre los productores, Enrico Cresta (integrante del Movimiento Argentino para la Producción Orgánica, MAPO), Claudio Demo (también docente de la Universidad Nacional de Córdoba), Milton Vélez y Sergio Toletti (integrante de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que Fomentan la Agroecología), de Río Cuarto, Córdoba; todos ellos trabajan sus semillas hasta desdibujar la tradicional línea que separa producción de mejoramiento.
El objetivo del taller era poner en común cuáles son los rasgos que se toman en cuenta para evaluar y seleccionar plantas y semillas de maíz, tanto desde los puntos de vista de quienes hacen mejoramiento vegetal como desde los de quienes producen. Este trabajo colaborativo permite construir mejor el cuaderno de campo de la plataforma Bioleft, para que releve datos que luego resulten información útil para el mejoramiento participativo. Con ese fin, doce personas viajamos desde sur y norte hasta encontrarnos en las oficinas de INTA Pergamino.
¿Qué mejorar y para qué?
Tras una breve introducción a Bioleft, comenzamos la jornada pensando en el sentido de trabajar hacia el mejoramiento participativo, particularmente en un cultivo tan central como el maíz. Abrió el juego Enrico Cresta, desde la perspectiva orgánica: “La primera respuesta como partida sería tener un material de maíz libre de modificaciones genéticas que tenga un rendimiento aceptable respecto a un testigo y que sea el más práctico para ir mejorándolo participativamente, entre productores y entidades públicas. Podés cargar datos y ver la trazabilidad, cómo impactaron tus semillas en otros lugares”. Luego agregó: “Tenemos que lograr algo que tiene que ver con la soberanía productiva. Material que nosotros podamos manejar si tener que recurrir a tecnología ajena. Mejoramiento a través de herramientas nuestras.”
Es un lugar común que las semillas híbridas siempre tienen mejor rendimiento que las variedades. Gustavo Schrauf, titular de la cátedra de Genética de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, puso varias preguntas sobre la mesa: “¿Mejoramos una población o generamos híbridos y evaluamos híbridos? Las tareas van a ser distintas y los modos de trabajar también. Dicen ‘al híbrido no hay con qué darle’, renunciás a algo de productividad por eso. Pero si los productores tienen acceso a esas líneas y saben mejorar, es un salto cualitativo en ese mejoramiento”. Y concluyó: “La inversión que se hizo en mejoramiento de híbridos es mucho mayor que la otra. Antes era 20% híbrido-variedad y ahora es 30%. ¿Qué componente del rendimiento es el que hace la diferencia?”
En busca del super maíz
Después de la discusión inicial, se dio paso al co-diseño de variables de observación, a través de un ejercicio lúdico. La consigna era imaginar un súper maíz: el maíz ideal para cada uno, con sus correspondientes superpoderes. Luego, con papel y marcadores de colores, dibujarlo y describirlo.
A medida que iban apareciendo en las hojas dibujos de maíces altos y fuertes, se iban decantando también los elementos que cada participante toma en cuenta a la hora de seleccionar semillas. Después de un rato, fue posible listar en el pizarrón más de treinta características. Las que más se repetían eran la altura de la planta, la tolerancia al vuelco y al quiebre, la tolerancia a la sequía y las características diferenciadoras del grano (por ejemplo, color), el rendimiento y la sanidad.
Tras una ronda de conversaciones y puesta en común, el grupo consensuó definir las seis variables principales en estos términos: “resistencia al vuelco y quebrado”, “alto crecimiento inicial”, “estabilidad y productividad (rendimiento)”, “sanidad de espiga”, “calidad de grano”, “baja susceptibilidad al mal de Río Cuarto”. Se acordó continuar el trabajo conjunto de manera remota y acordar un próximo encuentro a partir de marzo, para profundizar la elaboración de estos protocolos comunes de observación.
Este taller es parte de los tres experimentos (maíz, tomate y forrajeras) que Bioleft realiza en el marco del proyecto apoyado por Conservation, Food and Health Foundation, en los que se transfieren semillas de mejoradorxs de instituciones públicas a productorxs y se evalúa su desempeño colaborativamente, creando información relevante en el proceso. La información brindada por los participantes es sumamente valiosa, ya que ayuda a mejorar las herramientas que Bioleft ofrece a la comunidad para fomentar el mejoramiento participativo. Con estas herramientas, confiamos en ayudar a que quienes trabajan en agricultura de bajos insumos consigan las semillas adecuadas para cada cultivo.