Se está gestando una nueva variedad de maíz abierto Bioleft, generado a partir de los intercambios y sinergias de dos productores-mejoradores de nuestra red.
Enrico Cresta y Milton Vélez son productores de la zona de Río Cuarto, provincia de Córdoba. Cresta maneja 400 hectáreas que desde hace 26 años están dedicadas a la rotación entre ganadería de cría y producción orgánica de maíz y trigo; Vélez gestiona unas 300 hectáreas donde se hace trigo y maíz de forma convencional, aunque explorando variantes en la cadena de valor: avances hacia la producción de semillas y de granos, a los que llama “pasos al costado”.
En enero pasado, participaron del primer taller de mejoramiento colaborativo de maíz organizado por Bioleft, en el INTA de Pergamino. Allí se conocieron y comenzaron a formar parte de una red de productores de maíz que generó conexiones e intercambios de saberes durante todo el año, a través de whatsapp. Y el jueves 17 de noviembre, Milton visitó el campo de Enrico en lo que llamaron “un encuentro agrícolo-cultural”: visitaron juntos el maizal, compartieron experiencias y técnicas en torno a la producción de maíz y finalmente intercambiaron semillas y alimentos derivados de ellas. Así, de forma artesanal y a escala humana, se va cumpliendo uno de los objetivos de Bioleft: apoyar a redes de productores para que recuperen su autonomía en relación a las semillas con las que trabajan a través de la colaboración entre pares.
La necesidad de compartir saberes
“Fue un encuentro de dos seres humanos vinculados culturalmente con la agricultura, que no existe en la naturaleza por sí misma”, contó Milton Vélez. “Nos juntamos dos personas, curiosas, inquietas; el punto de encuentro fue el maíz, pero dialogamos sobre agricultura. Hubo intercambios de opiniones, saberes, de semillas y de alimentos, porque el alimento procesado que deriva de un cultivo es parte de la agricultura, así como el acto de cocinar. Intercambiamos polenta, harinas, semillas de maíz y de alguna otra especie también. Grato encuentro”.
Durante la visita, el anfitrión, mostró el ensayo de maíz que realizó con materiales del INTA Pergamino a partir del trabajo con Bioleft. Conversaron acerca de las diferentes técnicas y estrategias que ponen en práctica a la hora de cultivar maíz; Enrico mostró sus técnicas de control de malezas, entre otros saberes. Y a través del intercambio de semillas dieron comienzo a un proceso de mejoramiento colaborativo: Enrico cruzará una de sus variedades con las provistas por Milton, para buscar una con mejores condiciones. “Milton está trabajando sus variedades hace más tiempo que yo; en cuanto a rendimiento y estabilidad las tienen más evolucionadas”, explica Enrico.
“A partir de la iniciativa Bioleft y del proyecto de mejoramiento colaborativo comenzamos a compartir experiencias, y este es el primer momento en que intercambiamos materiales, centrados en las semillas de maíz. El espacio de trabajo es en torno a la semilla”, contó Enrico. “Lo habitual en el campo es que el productor compre la semilla en la semillería; es un insumo, va y lo compra y se acabó la historia, y le delega todo el trabajo de mejoramiento a los semilleros y a los institutos de mejoramiento. En cambio cuando un productor, en este caso Milton y yo, toma la decisión de mejorar sus semillas, se ve también en la necesidad espontánea de contactarse con otros productores. El mejoramiento se va transformando en colaborativo por esa necesidad de ir compartiendo saberes, resultados, técnicas, estrategias, y ese un tema clave para reconstruir la comunidad agrícolo-cultural”, afirmó.
Del campo a la mesa: criterios integrales más allá del rendimiento
“De esa manera, al tener la producción de semillas en nuestras manos, tenemos también la producción de alimentos, tenemos un contacto con quienes los elaboran los consumen; uno puede tener un feedback. Entonces a partir de los usos, gustos y culturas uno también desarrolla las semillas más adaptadas a ese tipo de utilización y no solo a un tema de rendimiento o de ‘calidad’”, destaca Enrico. “Eso es algo que la comunidad campesina hacía habitualmente; la evaluación de las semillas, por miles de años, fue así: totalmente enlazados el sabor, la gastronomía, la cultura, y la salud, con los rendimientos. Por eso decimos que la semilla es un hecho agronómico y cultural”.
Milton también remarca la importancia de pensar en la agricultura de manera integral. “Gestiono cerca de 300 hectáreas en las que se hace maíz, soja y un poco de trigo. Vengo de una producción convencional en el cual, a diferencia de mis pares, di un paso dentro de la cadena de valor hacia la producción de semillas para uso propio y hacia el procesamiento del grano de cereales, tanto en maíz como en trigo: estoy procesando harinas, polenta. Y haber dado este paso me llevó a percibir que para generar mi propio sustento necesito menos superficie agrícola, menos tierra. Ese es un concepto muy interesante, porque el planteo social, político y económico habla de producción de escala, de que lo que no es escala no sirve. Pero esto me permite ver otro camino: que si hacés pasos hacia un costado u otro de la cadena, no necesitás la escala para generar tu sustento. Con poco ya es suficiente”.