Bioleft transitó un proceso de intenso crecimiento en sus primeros años, hasta convertirse en un laboratorio de investigación, co-diseño e implementación de herramientas para la conservación, difusión y mejoramiento abierto y colaborativo de semillas. En el marco de un sistema agroalimentario con severos problemas de sustentabilidad, nuestro propósito es apoyar formas transformadoras de agricultura, como la agroecología, que requieren de una diversidad vegetal hoy amenazada por las prácticas agrícolas concentradas. Asegurar la circulación del material genético es fundamental para garantizar la biodiversidad y apoyar soluciones innovadoras a los desafíos de la seguridad y la soberanía alimentaria.
Nacimos como un proyecto de investigación, pero rápidamente pasamos a la acción. Tras un primer período de incubación, transitamos hoy una segunda etapa en la que estamos testeando y mejorando nuestras primeras herramientas y ampliando redes y objetivos. Es un momento propicio para mirar atrás y extraer lecciones de lo vivido: cómo nos fue hasta aquí, qué aprendimos y cómo podemos imaginar el futuro de Bioleft.
Aprendiendo a crecer
Bioleft nació pequeñx: una idea y mucho entusiasmo por parte de un grupo de investigadorxs preocupadxs por la magnitud, velocidad e irreversibilidad de los cambios en los sistemas de mejoramiento de semillas. Cada vez menos empresas, cada vez menos variedades de semillas, cada vez menos acceso, cada vez menos agricultorxs, y por lo tanto, agriculturas posibles. La idea original fue diseñar y experimentar con una licencia de código abierto para la transferencia de semillas, con el objetivo de asegurar la libre circulación del material genético para el mejoramiento a futuro. Las empresas utilizan las herramientas del sistema para cerrar las semillas, para que no se pueda acceder a ellas. Nos propusimos usar estas mismas herramientas para asegurar que las semillas permanezcan abiertas: hackear el sistema. En el trabajo con participantes de diversas esferas sociales y productivas nos dimos cuenta de que los desafíos y las posibilidades eran múltiples; una alternativa democrática y sostenible era posible, pero para empezar a co-construirla teníamos que ampliar nuestros objetivos y nuestras redes.
Así, con objetivos dinámicos que se redefinían a cada paso y conversación, avanzamos: de un enfoque centrado en las licencias a idear herramientas de innovación social con apoyo tecnológico. Ampliamos nuestro grupo de trabajo, y empezamos a trabajar en el co-diseño de múltiples herramientas para un sistema alternativo de mejoramiento vegetal: nos centramos en el desarrollo de una plataforma digital, que permitiera transferir semillas con trazabilidad, compartir información, poner en relación capacidades existentes hasta hoy dispersas y así crear nuevos conocimientos. Lxs investigadorxs no bastábamos para diseñar las herramientas, testearlas, implementarlas, hacerlas funcionar. Empezamos a trabajar colaborativamente; sumamos a nuestro equipo y red de contactos diferentes tipos de productorxs agropecuarixs, mejoradorxs de semillas tanto del sector público como del privado, organizaciones de agricultura familiar, investigadorxs y funcionarixs.
Esta diversidad de perspectivas aportó dinamismo, flexibilidad y resiliencia para cambiar de rumbo cuando fuera necesario. En la práctica funcionó como un laboratorio intensivo de innovación social. La multiplicación de actores y contactos, tanto locales como nacionales e internacionales, generó un efecto de red que habilitó un aprendizaje significativo en un lapso breve, y facilitó la difusión, que a su vez trajo más y mejores contactos. Esto nos llevó a nuestro tercer foco, tras las licencias y la plataforma: la expansión internacional. Desde junio de 2019, estamos trabajando en la implementación de Bioleft en México, junto al Laboratorio de Ciencias de la Sostenibilidad de la Universidad Autónoma de México, y hemos tendido lazos con organizaciones afines a la sustentabilidad agrícola en Colombia y Chile. También formamos parte de Open Source Seeds Initiative (OSSI), una red internacional de iniciativas de semillas abiertas, junto a organizaciones de cuatro continentes.
Dos períodos, un desarrollo
Para resumir el crecimiento de Bioleft y analizar el proceso transitado, decidimos comparar dos períodos: el del lanzamiento oficial como Bioleft, 2018-2019, durante la etapa final del programa de investigación que nos incubó, y nuestra segunda fase, 2019-2020, en la que trabajamos en testeo y mejoras con el respaldo de otras organizaciones. Los resultados de la comparación impresionan: durante el primer período, la incorporación de actores, socios y semillas fue lenta; pero en la segunda, todas las variables se multiplicaron, con tasas de hasta 2000%. Veámoslo en detalle.
Elegimos medir nuestra evolución con una serie de variables ordenadas en dos grupos: uno relativo a nuestra red de instituciones y personas asociadas, y otro relativo a la producción de semillas y alimento. En el primero, medimos el número de actores e instituciones con los que trabajamos en cada período: mejoradorxs, productorxs-mejoradorxs, productorxs agrícolas; empresas, organizaciones de agricultorxs, estaciones experimentales y bancos de semillas. En el segundo grupo de variables, contamos el número de cultivos y variedades registradas en Bioleft, la cantidad de hectáreas sembradas con estas semillas, los kilos de semillas distribuidos y dos tipos de productos de la siembra: kilos de alimento y de semillas.
A partir de la comparación de estas variables entre los dos períodos, calculamos una tasa de crecimiento que resultó de 154% en las variables relativas a la red de instituciones y actores, y de 267% en relación a las variables productivas.
Red de instituciones y personas
Nuestro primer indicador de crecimiento es la expansión del equipo de Bioleft y de la red de instituciones con las que trabajamos, siempre alineado con la expansión de nuestros objetivos. En el inicio, el proyecto nació del tesón de tres investigadorxs: dos especialistas en políticas de la innovación, desde la economía y las Ciencias Ambientales, y una ingeniera agrónoma. En 2018, ya con el nombre de Bioleft, contaba con 10 personas que aportaban conocimientos desde distintas áreas, incluyendo a una abogada especializada en propiedad intelectual y materia viva, al titular de la cátedra de Genética de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, a tres productores representantes de formas alternativas de agricultura, uno de ellos integrante del Movimiento Argentino por la Producción Orgánica, otro de la Asociación Argentina por la Agricultura Biológico-Dinámica y otro de la Red Nacional de Municipios que fomentan la Agroecología; una especialista en comunicación y un asistente de investigación. Cerrando 2019, Bioleft cuenta con un equipo transdisciplinario de 15 integrantes, que sumó a un desarrollador de software, un documentalista y antropólogo, otro ingeniero agrónomo especializado en Genética y en estrecho contacto con asociaciones de productores, otra asistente de investigación y una nutricionista especializada en soberanía alimentaria.
A la vez, Bioleft creció de la mano de socios y organizaciones de diversos tipos, desde universidades hasta redes de agricultorxs. Durante el primer período trabajamos con un mejorador, 4 productores-mejoradores, 4 productores agrícolas, 4 organizaciones de productorxs, una estación experimental y una organización financiaba la investigación: un total de 6 instituciones. El efecto de red y el aprendizaje compusieron un efecto rápido: para el período actual, esas variables crecieron enormemente. Este año trabajamos con 3 mejoradores, 16 productorxs-mejoradorxs, 300 productorxs agrícolas, 8 organizaciones de productorxs, 5 estaciones experimentales y tres organizaciones que nos respaldan, junto a dos nuevos tipos de actores: una empresa y 4 bancos de semillas. El número total de instituciones asciende a 12, el doble del período anterior. Promediando los números de las cuatro variables más significativas, da una tasa de crecimiento de un 154%.
Producción de alimentos y semillas
En 2018, Bioleft alcanzó su primer hito al registrar su primera semilla: Ubuntu, una variedad de melilotus (una forrajera) mejorada por Gustavo Schrauf, jefe de la cátedra de Genética de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos e integrante de Bioleft. En agosto de 2018 se registró la primera transferencia de semillas Bioleft, un acto simbólico. Esa primera variedad se transfirió, en pequeñas cantidades, a representantes de la Federación de Organizaciones por la Agricultura Familiar (FONAF) y la Organización de Naciones y Pueblos Indígenas de Argentina (ONPIA). Con esa cantidad de semillas podían sembrar 0,1 hectárea, y obtener 300 kilos de forraje para alimentar animales y 50 kilos de semillas.
En contraste, durante el segundo período, 2019/2020, se registraron en Bioleft 21 variedades diferentes, correspondientes a 4 cuatro cultivares: un maíz, dos forrajeras (un melilotus y una festuca), y 18 variedades de tomate criollo, como parte de un proyecto de recuperación de sabores antiguos. A partir de la transferencia de estas semillas a 300 productorxs, se pueden sembrar 4,48 hectáreas, que podrán producir 30220 kilos de alimentos y 9342 kilos de semillas a partir de semillas registradas en Bioleft, abiertas para investigación, desarrollo y registro de nuevas variedades. Promediando las variables más significativas, la variación en relación al primer período es del 267%*.
Nuestra hipótesis es que este incremento fue motorizado por un aprendizaje rápido, sumado al efecto de red que se genera a partir de la difusión y la multiplicación de contactos. El crecimiento, lento al principio, alcanza luego ritmos exponenciales.
Proyecciones: cuatro escenarios
A partir de esta mirada al pasado, ¿qué podemos esperar del futuro? En base a las variables medidas, proyectamos cuatro posibles escenarios para los próximos cinco años, tomando como ejemplo la cantidad de variedades registradas en Bioleft.
El escenario más modesto propone una expansión lineal, con el mismo crecimiento nominal del último período, con una leve reducción en relación a aspectos institucionales. Eso implicaría que, tras registrar una variedad durante el primer año y 21 durante el segundo, se llegara a 41 en el tercero, y -en esa línea- a 121 variedades en 2024.
Sin embargo, esa proyección no tiene en cuenta la asombrosa tasa de crecimiento que percibimos, que entendemos producida por la combinación del aprendizaje rápido y el efecto de red. Si proyectáramos una tasa de crecimiento similar a la que hubo entre estos dos períodos y la aplicarámos a los próximos cinco años, acumulando a cada año los valores previos, calcularíamos unas 2700 variedades registradas de aquí a cinco años. Este es un escenario de crecimiento casi exponencial.
Podemos imaginar otros dos escenarios de crecimiento fuerte gracias al aprendizaje rápido y el efecto de red, pero con rendimientos marginales decrecientes a lo largo del tiempo con respecto al escenario anterior. Esto podría achacarse a la disminución de estos efectos, considerando que no sean lineales en el tiempo debido al choque con efectos estructurales. Es posible pensar en un cálculo de máxima y otro de mínima para esta desaceleración.
En todos los casos, cada período de Bioleft conduce a nuevos aprendizajes y vínculos y acumulación de capacidades. No es aventurado pronosticar que estas capacidades y nuevos conocimientos refuercen el efecto de red en un proceso de mejora continua. Así, Bioleft podrá ampliar su impacto en la construcción colectiva de sistemas de agricultura y alimentación más sustentables.
*Todos los números pueden chequearse en estos archivos: Production and institutional growth e Impacts.
Por Anabel Marín, Patrick Van Zwanenberg, Almendra Cremaschi y Marcela Basch